Siempre me ha maravillado pensar qué pequeño el mundo es para algunas personas 👀.
Yo me crié en Guaynabo, mucho antes de que fuera City. Pasé mis días entre atajos con cuestitas que Mami cogía por las mañanas para evitar los tres minutos de tapón que se hacían en la luz frente a Famiña (el sueño de tienda de telas de cualquier Boomer), y la Gulf de la esquina. Todo, antes de que los alcaldes puertorriqueños descubrieran las rotondas, por supuesto. El problema con ese shortcut era que había que atravesar la Barriada El Último Chance. Y recuerdo cómo mami aceleraba su Buick tratando de ocultar el susto porque por allí, "las cosas estaban malas" siempre.
Cuando estaba de buen humor, cantábamos en el carro, casi siempre al sonsonete de Gilbertito, Juan Luis Guerra y 440 u Olga Tañón. En los días menos felices, Ana Gabriel, Braulio o el medley de Pandora (las mexicanas no la app) eran la orden del día.
Mami le sometía a su paso de baile por excelencia mientras su pie derecho le daba al acelerador como pillo de película. Levantaba la mano derecha a 45 grados, con puño cerrado (pero ella siempre tan de izquierda, conste). Hacía un movimiento bajando el codo de arriba hacia abajo (como vertical), seguido con el mismo movimiento de derecha a izquierda (horizontal, I guess?). Todo a puño cerrado ✊. Siempre nos daba pavera imaginarnos a Mami bailotear así en Peggy Sue o en La Placita.
Eran días felices.
El divorcio se había concretado y aunque había incertidumbre, el camino al colegio siempre le daba una especie de alegría que ahora que soy mamá comprendo a nivel celular 😜.
Una vez ya en la Avenida Esmeralda, nos dejaba en el parking de la Farmacia Ivette, lugar que tanto nos sirvió para el bullying que le hacíamos a mi hermana menor (sorry, sis!) por llevar el mismo nombre. También allí vendían los Icee más fríos, de esos que te dajaban con un brain freeze de 15 minutos consecutivos y con los dientes azules. La dependienta de la farmacia—siempre amarga—te dejaba combinar el Icee de vez en cuando. Así que si sonreía, ya sabíamos que ese día tocaba uno mitad 7Up, mitad Coca Cola 🤢.
En la Farmacia Ivette había de todo. Sellos, Icees, medicamentos, school supplies, bisutería y canastas temáticas en San Valentín y Día de las Madres. Pero lo mejor que tenía este negocio era el vecino del lado: el Supermercado Raceli. "¿A cómo tienes los plátanos maduros hoy?, decía mami con la esperanza de que el dueño hubiese amanecido siendo mejor ser humano ese día, y en vez de ser "un carero", los vendiera a precio razonable.
Pero eso nunca pasaba.
Raceli era caro y malo. O al menos así lo catalogaba mi mamá una vez a la semana. Si hubiesen existido los Google Reviews en esa época, Mami seguramente habría hecho fiesta quejándose de la limpieza, la cajera comemierda, el dueño carero y las galletas Ritz expiradas.
Pero yo amaba Raceli. Y creo que todos mis compañeros del colegio también un poco. Resulta que todas las tardes, como a eso de las 12 pm, el "Head of Marketing" que Mr. Raceli había contratado para promover su negocio, arrancaba la guagua diesel destartalada (ver foto abajo) pero con altoparlantes tipo Tumba Coco, la envidia de cualquier político en año electoral. Acto seguido, escuchábamos un:
—Sí, sssí, ssssssí... Un dos, un dossssss. Raaaceli, Rrraaaceliiii. Para hoy: chuletas de corte centro a $3.99 la libra, pan especial Pepínnnnn $2.75, galletas Bimboooo 2 por $3, Adobo Donnnn Goyo pote grande SSSIINNN comino $1.59... Llévatelas... Raaaceli, Rrrraaaceeeliiii.
A mis compañeros de clase y a mí nos encantaba este doñito, sobretodo porque era mucho más divertido escucharlo que a la maestra de religión. A quien, dicho sea de paso, si le daba amnesia nadie se daría cuenta. Tenía un despiste la pobre... 🤦♀️ Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que aquello no era despiste, era self-preservation.
Mi colegio era relativamente tranquilo. Quizás gracias a la cancha de volibol y baloncesto que tenía en el techo. Donde el sol nos azotaba despiadamente todas las tardes cuando a Mr. Vázquez le daba con llevarnos arriba a “hacer ejercicios”. Todavía a estas alturas, cuando alguien en PFCKNR me pregunta maliciosamente: "¿En qué colegio estudiaste"?, siempre termino diciendo: "En Sagrados (y cuento hasta cinco de atrás pa'lante)". A lo que responden: "El de Ricky Martin o el de la Avenida Esmeralda?"
Yo: “En en de la cancha en el techo".
Y digo que la pregunta es maliciosa porque en la Isla, la forma de saber si tienes chavos, si eres de la élite, si eres Mari Chochi, o si eres del montón, es preguntando dónde estudiaste. También es una fórmula infalible para averiguar con quién has estado o no. Obvio que en una isla de 100x35 millas el reciclaje de parejas es cuestión de tiempo. Así que estas preguntas son clave. Nadie quiere ser acusado de meterse con tu mushroom preferido a sabiendas...
El Cuento Largo Corto...
La vida en el trópico no es fácil. Pero de que es folclórica, LOUD y divertida, no cabe duda razonable. Gracias a mis—a veces interminables—días en un colegio de Guaynabo sé lo que es tener comunidad. También aprendí la importancia de tener un proyector opaco (Google it!) y maestras dedicadas (algunas con amnesia), dispuestas a dejarnos decorar los pasillos con infinitas cartulinas con dibujos de Precious Moments.
Mi mundo siempre fue pequeño en mi infancia. Y lo agradezco. Porque gracias a eso pude desarrollar esta imaginación que dios me dio para arrancar pa'l carajo del suburbio (suburbia-hell como le decimos de cariño mi amiga de Caguas y yo 😈) tan pronto tuve dos dedos de frente.
Cada verano me acercaba más a la meta: conocer mundo, salir de la isla, de la rutina. Tenía que haber algo más allá de Famiña y la Gulf... No importaba cuántos viajes hiciera con Mami, el travel bug me picó en el Auxilio Mutuo el día que nací y no había vuelta atrás.
Cada verano me alejaba más del calor insoportable también. Los que me conocen saben que amo el frío, mas que todo porque entre salones y canchas en el techo digo que sudé lo suficiente pa'l resto de esta vida, y un chín de la próxima.
Me considero ciudadana del mundo a mucha honra. Y aunque lleve más años "acá afuera" llevo la Avenida Esmeralda en el corazón 🫶. Entre quesitos de desayuno (que ya eran famosos antes de BadBo, BTW!), Icees de la Farmacia Ivette, pan sobao de Génesis, pizza recalentada de Faccio, y El Último Chance, nunca se puede olvidar de dónde uno es. Total, darle la vuelta al mundo me ha confirmado qué pequeño el mundo verdaderamente es.
¿Seguimo'✊?
Mucho Love,
Cristy
Hola Cristy:
Me trajiste muchos recuerdos de esa época. Te faltó el hombre de las batidas de frutas al lado izquierdo . Me encantó. Tremendo! Un abrazo desde el frío . 😘
Carmen Yordan
Omg me relacioné demasiado con este artículo tras crecer en Apolo y estudiar en Wesleyan. Buenísimo! Un abrazo Cristy.